RIO GRANDE de
John Ford.
1950. Western.
P: 10/10.
Director: John
Ford.
Música: Victor
Young.
Fotografía: Bert
Glennon.
Interpretes:
John Wayne, Maureen O’Hara, Ben Johnson, Harry Carey Jr., Victor McLaglen, J.
Carrol, Chill Wills.
Sinopsis: El Coronel Kirby Yorke combate a los apaches desde un fuerte cercano a la frontera con México. Su hijo, que ha fracasado en West Point, se alista siendo enviado al regimiento del Coronel Yorke, su padre. Dispuesta a sacarlo de allí, también llega al fuerte la esposa de York, distanciada de él por su gran apego al ejército y sus normas. Es el reencuentro del matrimonio tras muchos años de separación. En medio de un agrio conflicto familiar, la lucha con los indios se recrudece.
Comentario: Difícil hablar algo de esta película, redonda en todo, a la que no falta nada y nada sobra. Hay referencia a todo, la vida y la muerte, el amor y el deber, el ser soldado y ser humano, indios y no indios, las fronteras, responsabilidad y deber filial, y todo ello en esos inmensos paisajes que llenan los ojos…esa primera escena entrando en el fuerte con los niños y mujeres recibiéndolos de forma expectante y con temor.
Es una canción, una balada country total con música, fotografía e imágenes. Está considerada como la tercera que Ford dedico a la caballería tras esa obra maestras que son “Fort Apache” y “La legión invencible”.
Wayne esta soberbio, melancólico y contenido; el mejor Wayne. Destaca el bonachón McLaglen siempre humano y siempre chisposo y alegre.
Gran fotografía en blanco y negro como símbolo de la sombras sobre el alma
de los guerreros y de la mujeres que lees esperan después de la batalla.
Bella, poética, melancólica, grandes personajes, bellos paisajes…imprescindible.
Esta esa escena de la pelea del veterano y el joven soldado en la que el Coronel deja continuar como una pelea de soldados. El compañerismo campa por todo la duración de las escenas, se reúne, se apoyan, son soldados, la vida depende en un momento determinado del que este al lado.
O esa otra del canto a la caballería, en ese montar los caballos, animando a los bisoños a hacerlo y aplaudir a los buenos jinetes. Son los centauros del desierto, mitad caballos mitad hombres, siempre guerreros moviendo en el filo de la navaja entre civilización y barbarie.
El dramatismo esta en el encuentro del coronel y su esposa quince años más tarde, escenas de gestos cortados a la mitad, contenidos, renuncias, dudas, siempre dejando la insinuación en los objetos o las canciones, siempre las canciones que jalonan la marcha de la caballería.
Y qué decir de ese desierto jalonado por esas lomas lejanas y que parecen inaccesibles, agujas al cielo que se presiente azul purísimo sobre el rojizo polvo que levanta las pezuñas delo caballos.
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