No es bueno que el hombre esté solo de Pedro Olea.
1973. Drama, española. P: 7/10.
Dirección: Pedro Olea
Música: Alfonso G. Santisteban
Fotografía: Antonio L. Ballesteros
Intérpretes: Carmen Sevilla, José Luis López Vázquez, Máximo
Valverde, Eduardo Fajardo, José Franco
Sinopsis: Martín es un hombre solitario e introvertido. Vive en una ciudad
industrial y brumosa, aislado en un chalet donde ha creado un mundo propio que
comparte con Elena, una muñeca a la que trata como si fuera su esposa en todos
los sentidos. En unos apartamentos vecinos, vive Lina, una mujer demasiado
libre, y su hija Cati, una niña demasiado curiosa. Cati descubre la verdad que
se encierra dentro de los muros de Martín. Poco a poco, su vida irá siendo
dominada por Lina y su mundo, hasta el punto de que ésta y su hija se instalan
en su casa. Mauro, el amante de Lina con su agresivo comportamiento,
precipitará la tragedia...
Comentarios: Una película injustamente condenada al olvido.
Lo primero porque López Vázquez esta inmenso, de matrícula de honor…tan
bien o más que en “EL bosque del lobo, Pedro Olea, 1970””. Encarna a un
personaje perturbado pero lucido y su papel lo va engrandeciendo hasta límites
extraordinarios. Me recordó a sus extraordinarios registro en “Mi querida
señorita de Jaime de Armiñan, 1972””, “Peppermint frappé de Carlos Saura con
Geraldine Chaplin, 1967”, “El jardín de las delicias, Carlos Saura, 1970”, “La
prima Angélica, Carlos Saura, 1970”. Y Carmen Sevilla que no está nada pero que
nada mal, borda su papel de forma
magistral, quizás su mejor actuación en el cine. Estacar también la aparición
de la niña, Lola Merino, como un soplo de aire fresco y renovado que,
posteriormente, ha hecho una buena carrera televisiva.
Lo segundo es una realización comedida y valiente y elegante que va desde
esa primera escena (López Vázquez, sale de la cama dejando a su mujer acostada
y le da un cariñoso beso sin despertarla y se va) hasta ese glorioso final…por
el medio escenas increíbles que van desarrollando un drama como esa divertida
escena en la que Martin monta una pequeña fiesta para dar la bienvenida a la
hermana de su mujer Elena o, antes, cuando encuentra a la niña peinando a su Elena.
Un guion comedido, estudiado, pulido. Una parábola sobre la soledad y la
incomunicación, el miedo, las apariencias. También ecos de “femme fatal” en ese
papel de la vecina mala
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